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Los efectos perjudiciales de la soledad en la salud

Los efectos perjudiciales de la soledad en la salud son cada vez más evidentes a medida que los investigadores descubren los intrincados mecanismos que vinculan la falta de interacción social con un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares y demencia. La soledad es un concepto complejo, que abarca tanto el aislamiento social como la sensación subjetiva de insatisfacción en las relaciones sociales de uno. Según Andrew Sommerlad, psiquiatra especializado en la vejez en University College London, la soledad puede manifestarse como una experiencia profundamente personal de sentirse desconectado de vínculos sociales significativos.

Este sentido de soledad se ha asociado con una larga lista de condiciones de salud, que van desde la depresión hasta un mayor riesgo de suicidio. Puede no resultar sorprendente que las personas solitarias sean más propensas a experimentar hipertensión arterial y disfunción del sistema inmunológico en comparación con aquellas que no se sienten solas. Además, se han establecido conexiones sorprendentes entre la soledad y la demencia, con estudios que sugieren que las personas solitarias tienen significativamente más probabilidades de desarrollar condiciones neurodegenerativas.

Los efectos fisiológicos de la soledad, como los patrones de sueño interrumpidos y los niveles elevados de hormonas del estrés, contribuyen a un sistema inmunológico debilitado y una mayor vulnerabilidad a las infecciones. La neurocientífica cognitiva Livia Tomova de la Universidad de Cardiff advierte que desentrañar la relación causal exacta entre la soledad y los problemas de salud es desafiante debido a la compleja interacción de varios factores. Sin embargo, es evidente que la soledad tiene un efecto más pronunciado en individuos pertenecientes a grupos desfavorecidos.

Encuestas recientes realizadas por Cigna Group, una compañía de seguros de salud de Estados Unidos, han revelado que adultos afroamericanos e hispanos, así como personas que ganan menos de $50,000 al año, informan tasas más altas de soledad en comparación con otros grupos demográficos. La angustia emocional causada por la soledad puede ser particularmente difícil de manejar para aquellos que carecen de recursos financieros para adaptar sus situaciones sociales. La pandemia de COVID-19 ha exacerbado aún más los sentimientos de soledad al obligar a las personas a aislarse durante períodos prolongados, lo que conduce a una mayor desconexión social.

Aunque tradicionalmente los adultos mayores han sido vistos como el grupo demográfico más afectado por la soledad, datos recientes sugieren que los adultos jóvenes también están experimentando altos niveles de soledad. La investigación está arrojando luz sobre cómo el cerebro funciona de manera diferente en respuesta a la soledad, con estudios que indican que las personas solitarias perciben el mundo de manera distinta en comparación con las que no lo son. La soledad puede crear un ciclo negativo en el que las personas interpretan las interacciones sociales de manera negativa, reforzando sus sentimientos de aislamiento.

Además, se ha descubierto que la soledad afecta los procesos cerebrales relacionados con la recompensa y la motivación. En estudios con ratones, los investigadores observaron que la soledad sensibilizaba a las neuronas asociadas con el neurotransmisor dopamina, lo que llevaba a una mayor sensibilidad a las recompensas. Este mecanismo subyacente sugiere que las personas solitarias pueden ser más propensas a buscar recompensas para aliviar su sensación de aislamiento.

La soledad crónica se ha relacionado con niveles elevados de hormonas del estrés llamadas glucocorticoides, que pueden tener efectos perjudiciales en la función cognitiva y la salud general del cerebro. Niveles persistentemente altos de glucocorticoides se han asociado con condiciones neurodegenerativas como la demencia, destacando las consecuencias a largo plazo de la soledad en la salud cerebral. Además, la investigación ha demostrado que las personas solitarias pueden experimentar cambios en la conectividad cerebral, especialmente en regiones relacionadas con las interacciones sociales y la memoria.

Las intervenciones para abordar la soledad incluyen aumentar el acceso a actividades sociales y promover la participación comunitaria. El ejercicio físico también ha demostrado tener efectos positivos para combatir los sentimientos de tristeza asociados con la soledad. Estudios han demostrado que actividades como caminar no solo pueden mejorar el estado de ánimo, sino también mejorar el bienestar general al estimular vías neuronales que contrarrestan la rumiación y la autorreflexión negativa.

En conclusión, los efectos perjudiciales de la soledad en la salud son multifacéticos y complejos, involucrando una gama de factores fisiológicos, psicológicos y sociales. Al comprender los mecanismos subyacentes que vinculan la soledad con resultados adversos para la salud, los investigadores y profesionales de la salud pueden desarrollar intervenciones más dirigidas para combatir los impactos negativos del aislamiento social. La soledad no es solo una experiencia personal, sino una preocupación de salud pública que requiere esfuerzos colectivos para abordar y aliviar sus efectos en individuos y en la sociedad en su conjunto.

Fuente: https://www.nature.com/articles/d41586-024-00900-4

Los efectos perjudiciales de la desigualdad económica y la acumulación de riqueza en manos de unos pocos

La comunidad global se enfrenta a un desafío crucial que no se puede ignorar: los efectos perjudiciales de la desigualdad económica y la acumulación de riqueza en manos de unos pocos. Según un informe reciente, el 1% más rico de la población mundial capturó casi el doble de la cantidad de nueva riqueza global creada entre 2020 y 2022 en comparación con el resto de la población. Esta disparidad alarmante se extiende también a las emisiones de carbono, ya que el 1% más rico emitió la misma cantidad de dióxido de carbono en 2019 que los dos tercios más pobres de la humanidad.

A medida que la brecha entre ricos y pobres se amplía, las crisis sociales y humanitarias se intensifican. La investigación muestra que las sociedades con disparidades significativas de ingresos tienen un mayor riesgo de factores estresantes sociales y resultados disfuncionales. Por ejemplo, los países con mayores brechas de riqueza experimentan tasas más altas de homicidios, encarcelamientos, mortalidad infantil, obesidad, abuso de drogas y muertes por COVID-19. Además, la desigualdad impacta en la movilidad social y la confianza pública dentro de una sociedad.

Las implicaciones de la desigualdad económica van más allá del bienestar individual y se extienden a la carga económica de los gobiernos. Por ejemplo, estudios realizados por organizaciones como Equality Trust indican que la reducción de la desigualdad de ingresos podría ahorrar a los países miles de millones de dólares anualmente. Solo en el Reino Unido se podrían ahorrar más de 100 mil millones de libras esterlinas al año si las desigualdades de ingresos se redujeran a niveles similares a los de los países escandinavos con las diferencias de ingresos más pequeñas.

Además, la sostenibilidad ambiental está intrínsecamente vinculada a la igualdad económica. Abordar la desigualdad y promover una distribución más equitativa de la riqueza es crucial para combatir el cambio climático y fomentar la protección ambiental. En sociedades más igualitarias, hay un mayor sentido de solidaridad y cooperación, facilitando la búsqueda de prácticas y políticas sostenibles que benefician al planeta.

Los impactos adversos de la desigualdad en la sociedad son de gran alcance y multifacéticos. Los factores estresantes sociales desencadenados por las disparidades en ingresos y estatus pueden llevar a problemas de salud, comportamientos y disturbios sociales. La constante búsqueda de consumo en sociedades desiguales perpetúa el consumismo, la degradación ambiental y prácticas derrochadoras.

Además, los estudios han establecido una clara correlación entre la desigualdad de ingresos y el rendimiento ambiental. Los países con mayor igualdad son más propensos a destacarse en áreas como el control de la contaminación del aire, la gestión de residuos, la reducción de emisiones de carbono y el progreso hacia los objetivos de desarrollo sostenible. Además, las sociedades más iguales tienden a exhibir niveles más altos de confianza, participación en grupos comunitarios y priorización de la protección ambiental sobre el crecimiento económico.

Los responsables políticos deben tener en cuenta la evidencia y priorizar medidas para reducir la desigualdad económica como una condición fundamental para abordar eficazmente las crisis ambientales, de salud y sociales. Implementar una fiscalidad progresiva, cerrar lagunas fiscales, promover prácticas corporativas justas e invertir en infraestructuras sostenibles son pasos cruciales hacia un futuro más equitativo y sostenible. Los gobiernos tienen la capacidad de promulgar cambios significativos y crear una sociedad más justa y resiliente para todos.

Fuente: https://www.nature.com/articles/d41586-024-00723-3